Uno de los imperdibles de la gastronomía local es la deliciosa cemita poblana. Se trata de un antojito que con su sabor no solo ha conquistado los paladares poblanos, sino también de turistas y visitantes de todos los rincones de México y el mundo.
La cemita poblana es un pan blanco que contiene harina de trigo, agua, leche, huevos, levadura, mantequilla y sal. Son redondas, un poco aplastadas, crujientes y se decoran con ajonjolí. A partir de estas, se elabora un tipo de torta compuesta con milanesa, aguacate, cebolla, pápalo, rajas, aceite de olivo y quesillo.
A más de uno se le hace agua la boca cuando se las imagina. Además, cabe mencionar que también se puede preparar con carne enchilada, jamón, carnitas, chile relleno y pata de res.
Ya que hablamos de sus ingredientes y de su delicioso sabor, es momento de hablar de su historia. La cemita poblana es una creación ibérica que nació a partir de dos variedades de pan que se entregaban a la corona española durante la Colonia. Un bizcocho de sal largo y duro y un panecillo o galleta hueca muy similar al pambazo francés.
Ambos panes se elaboraban para conservarse por largo tiempo. En un principio, comenzaron a elaborarse con harina de Atlixco, el entonces “granero de México”. Fue alimento de artesanos y obreros, ya que era fácil de transportar.
Su nombre tiene relación con el pan sin levadura de origen judío “semita”. Otros investigadores, como Miguel Ángel Cuenya Mateos de la BUAP, señala que hay referencias de la existencia de este pan en las actas de Cabildo de 1696. Los panaderos de entonces la llamaban pan de acemite, por la calidad de la harina de trigo.
El consumo de la cemita cobró auge a principios del siglo XX, principalmente entre las personas más pobres. Uno de los lugares clave para su fama fue el mercado La Victoria, donde se vendían a montones. Fueron los cargadores de este lugar quienes comenzaron a confeccionar la receta con todos los ingredientes que le agregaban.
Foto principal propiedad de Adam Goldberg
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