Me da un gusto enorme volver a las páginas de COVER, en este modo digital…adaptada a la nueva realidad, como todos los que seguimos aquí.
Agradezco a Beto el espacio para seguir compartiendo el punto de vista de una espectadora, apasionada del leguaje audiovisual, sin la opulencia de títulos de crítica o similar.
Una nueva realidad, nuevas cosas que analizar
Hace un año y siete meses, el mundo cambió. Desconozco hasta qué punto regresará a ser como lo conocíamos antes… cientos de miles de familias hemos perdido a seres queridos, conocidos o lejanos sin poder hacer nada al respecto. Cómo olvidar que en ese mundo previo a marzo de 2020, cuando un personaje famoso moría, la costumbre, tradición o superstición de mal agüero decía… ”siempre se mueren de a tres, habrá que esperar a los otros dos”, y curiosamente se cumplía, seguramente porque nos fijábamos; en un hecho: la gente muere todos los días, pero co-existíamos en una cultura de negación, donde se daba la espalda a la muerte y se trataba de no pensar en ella.
Ah, pero llegó el bicho. Junto a él el vacío, incertidumbre, enojo, miedo, dolor, desobediencia, cinismo y desesperanza mientras llegamos a este mes, de este año, prohibido para tantos.
Streaming: ¿la nueva esperanza del séptimo arte?
Las grandes figuras del séptimo arte decidieron que no era tan malo trabajar en series para distintas plataformas de streaming; la televisión dejó de ser el monstruo inalcanzable y las salas de cine cerraban, mientras se tenía que entretener a millones de personas recluidas buscando la supervivencia.
En este entorno quiero mencionar dos series que me han llamado la atención entre muchas: The Handmaid’s Tale de Margaret Atwood (Paramount), y El Juego del Calamar de Seong Gi-hun (Netflix), de la cual ya se ha dicho casi todo.
Las dos historias, podrían haber estado híper censuradas en otro tiempo, por el nivel de violencia expuesta y muertes al por mayor. La producción de The handmaid’s Tale con una historia excepcional, ha recibido un total de quince premios Emmy desde su lanzamiento en 2017, mientras esperamos una quinta temporada con altísimo nivel de aceptación, y El Juego del Calamar que ha roto todos los récords de audiencia conocidos y medidos antes y después de la vida en internet o cines o televisión… ¿por qué tanto éxito?
Sin duda, la muerte nos acompaña desde el día que nacemos. Es parte de la vida y solo lo vivo está destinado a morir. ¿Pero masivamente? Es otro tema. Quitando desastres naturales, desde la segunda guerra mundial, llevábamos setenta y cinco años de no vivir decesos en masa a nivel global.
Tanto huimos del dolor que marcó a tantas generaciones posteriores que, ¿quién no ha evitado volver a ver la muerte de la mamá de Bambi? ¿Quién no ha dicho la frase “a mí no me gustan las películas de llorar, porque se muere el o la protagonista”?
Y en el inter llega un bicho que nos cimbra en una realidad en la que estamos todos. Fuera de las pantallas, sin pagar boleto.
En las dos series que menciono se juega la vida mientras se normaliza la masacre. En ambas se vive una lucha que permite todo, tolera todo, con tal de conservar la vida.
Ambas exponen a sus protagonistas a humillación física extrema, una por cuestiones morales, la otra por dinero y son héroes por librar una batalla diaria similar a la de esquivar las cifras de decesos por COVID19. En ambas producciones es relevante el tema del nombre…el deseo de trascender como uno mismo, no como una cifra, un programa y mucho menos una estadística.
Esta es la realidad que nos envuelve y estas son las series que nos entretienen, sin que esto sea una casualidad. En el Juego del Calamar las pruebas eran tan simples como quedarse quieto o cortar una galleta, como puede ser lavarse las manos y guardarse en casa, trayendo consecuencias letales, de no cumplirse.
Las dos series me atraparon, a cada minuto, por el límite al que son llevados sus protagonistas. No hay aparente comparación en temas de moral y sin embargo comparten esa opresión que, en este momento no genera ni el poder, ni la superioridad racial o económica. Hoy somos ese público que oscila entre la realidad de la obediencia, la tecnología, los cubre bocas, oxímetros, de los respiradores y de la fe; vulnerable como nunca y, sin embargo, con esperanzas de llegar al final, acostumbrándonos a un entorno que nos obliga a adaptarnos, para seguir viviendo.
Nos identificamos (con todas sus reservas), con el uniforme verde o la capucha blanca, con los que tratamos de llegar a ese otro lado, donde algún día, nos podamos volver a dar el lujo de evadir la muerte de la mamá de Bambi.
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