Más antigua aún que el tétrico Palacio de Lecumberri, en el corazón de la ciudad de Puebla, se encuentra la antigua Penitenciaría de Puebla. Está apenas a unas cinco cuadras del zócalo, justo frente al famoso Paseo Bravo. Seguro la conoces, aunque no ha profundidad.
La antigua Penitencia de Puebla es un lugar misterioso, pero también muy bello. Originalmente, este edificio se construyó para albergar al Colegio de San Francisco Javier. Fue la última gran construcción que los jesuitas hicieron en Puebla antes de ser expulsados del país.
A lo largo de los años, este inmueble histórico se utilizó como camposanto, cuartel militar y, después de una renovación, sirvió como Penitenciaría del Estado. El plano para este proyecto final estuvo a cargo de José Manzo, bajo la dirección de Eduardo Tamariz. Actualmente, el edificio alberga el Archivo General del Estado y el Instituto Cultural Poblano.
La historia de la antigua Penitenciaría de Puebla
Fue en el año de 1800 que se planeó convertir en penal a este bello edificio. Para su diseño, se tomó como referencia el sistema penitenciario de Estados Unidos, especialmente al penal de Cincinnati. Panóptico, tipo octagonal, para que desde cualquier punto se pudiera tener una visión panorámica del edificio.
Cabe destacar que el mérito inicial de esta obra corresponde al general Felipe Codallos, gobernador de Puebla entre 1837 y 1841. El colocó la primera piedra de la nueva penitenciaria en diciembre de 1840. El avance de la construcción fue notable hasta 1847, cuando la intervención norteamericana interrumpió las obras. En 1849 se reanudaron los trabajos, pero estos otra vez fueron interrumpidos, ahora por la intervención francesa.
De hecho, fue en esta etapa que la Antigua Penitenciaría se convirtió en el Fuerte de Iturbide, un cuartel militar para la defensa de la ciudad. Los bombardeos y un sismo que se registró en 1864 lo dejaron casi destruido. Sin embargo, en 1879, un grupo de poblanos se dio a la tarea de continuar y concluir con la obra.
Finalmente, el presidente Porfirio Díaz inauguró la Penitenciaría de Puebla en 1891, nueve años antes que Lecumberri. En su tiempo fue la más moderna de Latinoamérica. Un par de años después en su interior se creó un laboratorio criminalístico y un museo craneológico. Los presos que aquí morían y no eran reclamados, donaban sus cráneos.
La penitencia cerró sus puertas en 1984. Sin previo aviso, en una noche de marzo, los más de 900 reos que aquí habitaban fueron trasladados al Cereso de San Miguel.
En 1985, la antigua Penitenciaría de Puebla se convirtió en el Instituto Cultural Poblano y actualmente aloja el Archivo General del Estado. De esta forma, pasó de ser semillero de hombres cultos a alojamiento de delincuentes, para después convertirse en albergue de la historia poblana.
Foto principal propieda de David Cabrera
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